lunes, 21 de diciembre de 2015

El mejor regalo siempre serás tú.

Me preguntan y me repreguntan por qué no me gusta la navidad. El cómo es posible que las luces llamativas, las canciones que parecen un himno, las llamadas telefónicas, los regalos y la magia no haya conseguido engancharme. Me limito a decir que me parece una época muy hipócrita, aunque en cierta forma no es mentira del todo. Creo que si una persona se acuerda de ti, te llamará durante todo el año, no en fechas donde se realizan felicitaciones por el puro motivo de quedar bien. Pero no, no es por eso. Tampoco por haber perdido la ilusión que todo niño tiene en esta época. Es por un motivo que nunca me atrevo a aceptar delante de quienes me preguntan. El motivo que desde julio me dejó incompleta. El motivo por el que todas las noches miro al cielo y le veo ahí, destacando con su brillo. Al que todavía durante el día le veo dando guerra por casa, incluso tengo que admitir que a veces le sigo nombrando, inconscientemente, con la esperanza de que aparezca, pero sin respuesta. Si noto su ausencia cada día, en estas fechas donde se supone que la gente de la que nos rodeamos es la que más necesitamos, ¿cómo no voy a hacerlo? Que de alguna manera va a estar presente y más cuando no me voy a cansar de seguir pronunciando su nombre, aunque tenga que asimilar que nunca vaya a volver corriendo cuando lo hago. Que quizás quienes nunca han tenido un perro jamás lleguen a comprenderme, pero os aseguro que cuando os acostumbráis a unas orejas, a unos ladridos, a un torbellino que destroce vuestra casa, a un rabo que se mueve como si la vida le fuese en ello cada vez que te ve, nunca volveréis a ser los mismos cuando deje de existir.

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